" Sobre el Gran Macizo Colombiano donde nacen las tres cordilleras que enriquecen el clima del país de sur a norte y las aguas de sus grandes rios: El Magdalena, El Caquetá, El Patía y el Cauca, tenemos un legado arqueológico de arte monumental megalítico, heredad de un atrás de espíritu ciclópeo, erigido en memoria del nacimiento de un hombre:
El hombre Chibcha !... "
ASTRONOMIA AZTECA MAYA CHIBCHA
DE BOCHICA A QUETZALCOATL - Pag.93
LA CIVILIZACION CHIBCHA
Autor: Miguel Trina
Si los Chibchas precolombinos disfrutaban de un apacible estado de civilización en el orden moral e intelectual por haber equilibrado con el medio su complexión física, es seguro que merced a los beneficios del cambio de ideas que les ofreciera el trato y la comunicación con otros pueblos más adelantados, bajo un régimen de cordialidad comercial de todo orden, hubieran sido capaces de asimilarse una civilización superior, creciente y sólida, por la incrementación de sus conocimientos y por la rectificación diaria de sus modalidades.
Si, encerrados dentro de fronteras estrechas sin comunicaciones de intercambio mental con otros pueblos a través de largos siglos de aislamiento pudieron concebir un sistema del universo de apariencia racional; si coordinaron una teogonía de alcances morales; si lograron un concepto idiomático filosófico; si idearon una forma de expresión gráfica para perpetuar las ideas; si perfeccionaron sus industrias necesarias y llegaron a establecer el régimen monetario; si reglamentaron el principio de propiedad y establecieron sanciones contra sus detentadores; si sintieron la moralidad de la vida y decretaron un código de conducta; si fundaron el gobierno sobre el principio de autoridad; en una palabra, si se constituyeron en nación como entidad consciente, echaron las bases sólidas de una civilización creciente e indefinida, prolegómenos por que pasaron todos los pueblos del mundo que han alcanzado después, mediante la comunicación mental y el tráfico comercial con otros pueblos, los signos de cultura que hoy admiramos en las naciones más adelantadas.
El objeto inmediato de este libro es poner de manifiesto la génesis propia de las ideas matrices del pueblo chibcha, formado al tenor del terruño, bajo condiciones características de suelo y de atmósfera, las cuales continuarán indefinidamente como un troquel forjando un tipo humano sui géneris. Este libro pretende, en segundo término y como un fin mediato, echar las bases positivas de la sociología nacional, modeladas sobre la raza autóctona formada aquí por la geología y el clima, raza que se impondrá en nuestra demografía con los atavismos hereditarios, mediante el mestizaje, y por la colaboración de aquel troquel, persistente y eterno. La célula indígena que va infiltrándose en la sangre de los colonos de todos los tiempos cuenta para perpetuarse, prosperar y dominar, con la complicidad del medio físico. Lo que en recientes discusiones de biología social se llamó "degeneración de la raza" no es sino la confrontación de este proceso de infiltración indígena y de adaptación dolorosa, que ha venido a sorprender al ahora de éstas al hijo de lejanas latitudes que plantó aquí sus tiendas, sin contar con el medio extraño a sus hábitos.
Las relaciones de los cronistas de la Conquista no dan idea exacta del pueblo que encontraron los españoles en la altiplanicie. Ellas están plagadas de las más absurdas leyendas y carecen de informes positivos sobre el número de los pobladores, sobre sus costumbres, industrias y lenguaje. Minuciosas en datos sobre el mucho oro que recogieron aquí los conquistadores por el despojo y la rapiña, divagan en cuanto a ritos y creencias, atribuyendo al diablo sus consagraciones religiosas. Una crítica psicológica podría demostrar que el concepto de esta divinidad sombría era superior a la mentalidad de los escritores que de ella se ocuparon. En cuanto al idioma que recogió algún doctrinero en un vocabulario restringido al uso de las confesiones, es tan deficiente que no se encuentran en él las palabras más vulgares, como los días de la semana o los nombres de los meses, por ejemplo, al paso que se repiten en él los más contradictorios sinónimos. Falsean las relaciones de gobierno y comercio de los pueblos entre sí y niegan hasta la existencia de los caminos, para complacer la vanidad de los descubridores que cruzaron de a caballo el territorio en todas direcciones a fuer de maravillas imposibles. Otra ligera crítica del género excursionista podría poner de manifiesto los mil embustes de que están plagadas las tradiciones de los Quesadas. Los prodigios militares en que un español pone en fuga a quince mil indios de pelea y en que un grupo de 160 soldados domina una nación de dos millones de habitantes, dizque aguerridos en largas luchas bélicas entre tunjanos, guatavitas y bogotaes, en que salían al campo hasta sesenta mil combatientes, hacen sonreír a cualquier técnico que visite hoy los sitios donde sucedieron las batallas.
Sobre estas fuentes de información subsisten todavía en la actualidad comentadores que sostienen los más evidentes absurdos acerca del descubrimiento y la conquista del Nuevo Reino, sin un ligero espíritu de crítica. Y hay personas que creen en las maravillas, trasmitidas por tradición, de que se valían los encantadores chibchas para amasar el oro, para curar las enfermedades o producirlas, para indagar telepáticamente los acontecimientos, para hacerse invisibles, para perforar socavones al centro de la tierra o penetrar los monolitos, a fin de ocultar allí sus tesoros. Actualmente un párroco del valle de Sogamoso está haciendo estallar la célebre piedra de Gámeza para extraerle un tesoro que se supone oculto en sus entrañas, y un indígena señor alcalde de Saboyá mandó reventar la piedra de este nombre, en busca de una gema valiosísima que según él dejaron los Chibchas escondida envuelta en capas de arenisca. Puedo asegurar que no hay piedra de las señaladas con jeroglíficos por los indios que no haya sido violada estúpidamente por los buscadores de tesoros. No han valido contra esta ciega destrucción de los únicos documentos auténticos de la civilización chibcha, las diligencias hechas para impedirlo por la Academia de Historia, y el caso ha llegado a conocimiento de las Sociedades sabias de Europa y Norteamérica, quienes deploran esta novísima forma de salvajismo entre los descendientes de los conquistadores españoles del Nuevo Mundo.
¿A qué se deben las fantásticas ideas, subsistentes aún, de los prodigiosos conocimientos de los indios? Sencillamente a que los españoles comprobaron que los naturales conocían los secretos de la tierra que los sustentó durante millares de años y se maravillaron de esta experimental sabiduría, la que les pareció tan profunda que la atribuyeron a artes del diablo.
Brujos llamaron a los médicos yerbateros, y hechiceros a los sacerdotes encargados de los santuarios y seminarios. Reputado como un pobre empírico de las elementales ciencias médicas y meteorológicas como intérprete de una entidad tan poderosa como la del diablo, según la teología católica, se acumulaban sobre él los más fantásticos poderes, concebidos por la imaginación popular.
Y era, simplemente, que los indios por herencias indefinidas conocían el suelo del país, sus cañadas y boquerones, para trasladarse rápidamente de un punto a otro; conocían las aplicaciones de la tierra para su mejor aprovechamiento agrícola; por luenga experiencia habían deducido las aplicaciones terapéuticas e industriales de las plantas; como culto religioso observaban el sol y la luna e interpretaban como órdenes divinas su influencia en las cosechas; impulsados por la necesidad, exploraban el subsuelo para derivar de sus productos los implementos industriales y las materias primas que demandaban sus artes; y en suma, conservaban en cucas o seminarios el tesoro de su ciencia.
Eran, pues, sabios en concepto del ignorante colono, quien estimulaba su ceguedad en tierra extraña, recargándose sobre los conocimientos e industrias de sus esclavos, a quienes tiranizaba y embrutecía. El indio labraba la tierra de su nuevo amo, el indio le tejía sus vestidos, el indio le explotaba su mina, el indio le transportaba sus productos, el indio le prestaba sus artificios y le servía de auxiliar malicioso en sus aventuras: un indio ladino era como un talismán de la fortuna para el español que lo poseía.
Pero, quebrantado el régimen social que había creado este ingenioso producto; cerrados los seminarios y perseguidos por los misioneros los adoradores del diablo y los conservadores de sus ritos; desorganizado el sistema económico de las industrias indígenas y desplazados sus órganos, la eficacia productiva del indio descendió a la mera aplicación de su fuerza bruta y de su resistencia fisiológica, y del hombre inteligente se hizo una bestia de carga, cuyo rendimiento aumentaba con el número de azotes que recibía y con la merma cicatera de su alimentación. Vinieron como primeras consecuencias de este sistema tributario la fuga a los montes, el suicidio en masa en los peñascos y cuevas inaccesibles, las epidemias despobladoras, la extenuación, la degeneración y el embrutecimiento de los sobrevivientes.
Para evitar la total destrucción de la raza indígena se dictaron leyes de protección y se les destinaron sitios de resguardo, en cuyas tierras trabajaban los indios para sí y para el señor a cuyo amparo se les agrupaba bajo el cuidado de la Encomienda. Se organizó así la esclavitud sobre una responsabilidad personal y se puso el interés egoísta del amo al servicio de la supervivencia del esclavo.
El trabajo de los indios en comunidades llegó a ser la única industria de los encomenderos para sostenerse y para enriquecerse. Crear o aumentar el personal de los Resguardos por medio de indios traídos de lejanas procedencias fue un lucrativo recurso y así se constituyó la industria de casar indios en la llanura oriental y dondequiera que habían conservado su libertad para traerlos a los mercados con el nombre de macos. Los grandes feudos y latifundios de los españoles se poblaron con macos, cuyo trabajo forzado servía para constituir ricas haciendas.
Aparte del servicio sexual que es notorio en las haciendas entre patrones y mozas de la gleba, el señor de la finca y el encomendero del Resguardo se reservaban para oficios domésticos que degeneraban en otros oficios mormónicos, los mejores productos femeninos del vecindario y así prosperó rápidamente el mestizaje salvador de la demografía, pero también prostituidor de la mujer indígena.
Los hijos sin padre, crecidos a la intemperie, hambreados y harapientos que lloran bajo el alero del rancho en compañía de un gozque flaco como único guardián, mientras la madre trabaja a jornal en el lejano barbecho para suministrarles por la noche una ración de mazamorra; tal ha sido en lo general la base de la familia indígena en nuestros campos desde la época de la Conquista. Cuatrocientos años de esta germinación social, durante la Colonia y en peores condiciones, como voy a comprobarlo, durante la República, debieron arrasar, debilitar y prostituir una raza robusta, cuyas virtudes y energías quedan comprobadas con la mera supervivencia de un gran número de ejemplares y con las condiciones de moralidad que los adornan.
No abona al buen criterio del observador para apreciar las condiciones del indio actual, el espíritu de raza dominadora y superior que ciega y fanatiza al amo cruel. Sin la, benevolencia y simpatía que establece un vínculo de sensibilidad por el cual se trasmiten a nuestra alma las penas ajenas, no es posible que el victimario comprenda los dolores que está infligiendo a su víctima, y cuando se trata del dominio de razas por derecho de conquista, aquella indolencia llega a ser inconsciente y quiere justificarse a título de superioridad. El patrón que obliga a sus dependientes a un trabajo excesivo y que no les paga equitativamente; el que los castiga y ultraja; el que los explota codiciosamente, imponiéndoles condiciones gravosas en sus conciertos; el que los reduce a la ignorancia, para mejor aprovecharse de su imbecilidad; el que los mantiene en la miseria y los exprime para amasar la riqueza y dorar los esplendores de que disfruta con el sudor casi gratuito de sus trabajadores; ese tal es un agente formidable del régimen de la Conquista, aunque respire el aire benéfico de la República igualitaria y aunque hipócritamente esté afiliado al partido de la democracia. Y tal es, a grandes rasgos, lo que sucede en Colombia. ...
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MIGUEL TRIANA - Bogotá 1921
Fragmento textual de la introducción del libro La civilización Chibcha quinta edición 1984
Miguel Triana: (1859 – 1931) Ingeniero, político e historiador colombiano. Destacado debido a su interés en mejorar la enseñanza de las matemáticas en la Escuela de Ingeniería a finales del siglo XIX haciéndolas menos teóricas y más prácticas. Su propuesta no fue aceptada pero generó un debate interesante que llevó a crear el Título de Profesor en Matemáticas, título que obtuvieron cerca de 50 ingenieros entre 1891 y 1903.
AREAS LINGÜISTICAS PREHISPANICAS
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