Por Juan Friede
(Para "Lecturas Dominicales") EL TIEMPO - Febrero 23 de 1964
El problema indígena está adquiriendo actualidad en Colombia, en la medida que se está despertando la conciencia social.
Los acontecimientos mundiales de los útimos tiempos han revaluado al hombre que durante centurias hemos estigmatizado despectivamente como "primitivo", "bárbaro" o "salvaje".
El problema indígena en América, surge a raíz del Descubrimiento mismo. Pero su contenido a través de los siglos ha sido siempre igual: encontrar el modo racional y eficaz de incorporar al indio a la sociedad foránea que se estaba gestando en torno suyo.
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Juan Friede - 1987
Dibujo de Hugo Barti |
Tanto las autoridades coloniales como las republicanas se esforzaron por dar solución a este complejo problema con la expedición de leyes protectoras. Cientos de ellas forman las famosas Leyes de Indias de tiempos de la Colonia. Colombia tampoco se ha olvidado del indio. Desde la simpatía con que Bolívar se refiere a ellos, "esta parte más vejada de la población", hasta el reciente establecimiento de la División de Asuntos Indígenas en el Ministerio de Gobierno, varias leyes se han expedido con el objeto de protegerlos de la expoliación y de sustraerlos de la injusticia social imperante, debido a la ínfima categoría social a que han sido reducidos en virtud de la persistencia del "complejo conquistador", a través de la Colonia y de la República.
Durante siglos la incorporación del indio en la sociedad se realizaba por dos vías: la natural, biológica, mediante el mestizaje; y la artificial, impuesta con el empleo de la coacción.

La investigación histórica demuestra que ambas vías tuvieron que salvar muchos obstáculos.
Así, es muy dudosa la veracidad de la general creencia de que la india, deslumbrada por la arrogante figura del conquistador o encomendero se unía a él voluntariamente, abandonando los suyos. La historia "blanca" enumera varios casos de indias espías o traidoras a su propia raza; pero no consigna los numerosos ejemplos de indias que huían de sus "amos", los acusaban ante jueces, etc. En muchos documentos coloniales se comprueban verdaderas "cazas de indias". Entre algunas tribus las indias se suicidaban para no caer en el lecho de un conquistador. Otros documentos consignan que solo el olor de un español le hacía aborrecible. A la par que los hombres, muchas mujeres luchaban contra los invasores.
Naturalmente, es imposible ofrecer una norma general, pues la condición de la mujer variaba de tribu en tribu. A veces persistía el orden matriarcal y ella ocupaba una posición preeminente dentro de su comunidad, conservando la potestad sobre su persona. En otras tribus de patriarcado bien desarrollado, la mujer era objeto de trueque, regalo, e incluso de lo que hoy llamaríamos "préstamo". De otra parte, el significado social de las relaciones sexuales era distinto según la tribu y no correspondía a los conceptos que rigen nuestra sociedad. Tanto para los indios como para los españoles, la mujer importaba más que todo como fuerza de trabajo.
Juan de Carvajal, al ser acusado de vivir amancebado con una india, argumentaba: "Nadie en éstas partes, teniendo casa, se puede estar sin tener mujeres, españolas e indias". El valioso trabajo de Virginia Gutiérrez de Pineda, "La Familia en Colombia", debiera ser un estímulo para investigar los métodos de mestizaje durante los siglos pasados. Para mi tengo que el mestizaje fue en gran parte forzado y producto de la violencia.

Más trágico para el indio fue el otro proceso de incorporación a la sociedad, es decir, mediante la violencia o coacción. Fue esté el método generalmente utilizado para incorporarlo tanto económica como culturalmente. Tal incorporación del indio a la vida económica se realizó unilateralmente: no se trató de elevar su importancia social como productor agrícola e industrial, sino meramente aprovechar su fuerza de trabajo en favor de la sociedad instalada en América. La "incorporación" se entendió como la trasformación del indio en un eficaz trabajador-jornalero, en beneficio del hacendado, industrial, obras públicas, etc. Pero el indio, encasillado en una economía primitiva, no era apto para realizar un trabajo intensivo, aquel trabajo que produce "plusvalía", vale decir, valores sobrantes no necesarios para el sustento personal y como aporte a su comunidad; trabajo que era característico de la sociedad que le fue impuesta desde fuera, Había que destruir sus inveterados modos de vida en comunidad, sus seculares atavismos, sus costumbres y aun las bases económicas de su subsistencia, para "librarlo" y para que como "libre" ofreciera su mano de obra en el mercado de trabajo.

De ahí los enormes estragos que el trabajo como tal, ya sea por el sistema de encomienda, naboría, mita o esclavitud, ocasionó y todavía continúa ocasionando, pues no pocos sociólogos siguen entendiendo por la "incorporación" del indio la simple prestación de trabajo sin preocuparles la evolución de la comunidad indígena como núcleo productor, que con un pequeño apoyo podría progresar de tal modo que por sí mismo induciría al indio al trabajo intensivo. Pero durante la Colonia y la República se mantenía al indio en el más bajo peldaño social, se le despojaba de sus bienes, de su tierra, se anulaban sus instituciones comunales y se le oprimía con pesados tributos e impuestos, a fin de producir artificialmente a un jornalero y equipararlo con los demás jornaleros; mientras su comunidad quedaba en gran retraso respecto a la "sociedad", es decir, a la comunidad de sus explotadores, los colonos blancos y mestizos. Se utilizaba el principio de "conquista", vale decir, la explotación del indio a favor del colono, una política a corto plazo, que confundía la verdadera integración a la sociedad y el derecho de participar plenamente en el general progreso económico y político de la nación, con la simple perspectiva de ofrecer su potencialidad a una comunidad ajena a la de él.

Durante la Colonia, tal sistema, pese a las leyes protectoras, causó un verdadero aniquilamiento biológico: una impresionante baja en la población aborigen. Durante la República, el procedimiento se tradujo en el mejor de los casos en una flagrante injusticia social. Pues siendo legalmente tan colombiano como sus demás connacionales no se le permitía vivir libremente, en cuanto a sus costumbres, creencias y antiguos atavismos. Se le imponía la división de sus resguardos, un sistema evangelizador y educativo de excepción, un trabajo obligatorio en obras públicas, se lo ahuyentaba a las inhóspitas selvas, etc. Y sin embargo, basta observar el cambio operado entre los coreguajes y huitotos del Putumayo en una sola generación, para darse cuenta de que el indio cuando se le trata como a cualquier ciudadano, es tan apto para evolucionar e Integrarse a la nación como cualquiera. Si en 1945 era todavía tratado como un "salvaje" y entregado con fines de civilización a los padres capuchinos españoles, ahora, cuando desde 1952 otra misión, "La Consolata", de origen italiano, tiene bajo sus auspicios la región y no ejerce presión alguna sobre el antiguo "salvaje", es buen productor de arroz y criador de ganado, tiene relaciones comerciales con la Caja Agraria, mantiene cuenta en los bancos de Florencia, goza de crédito en el comercio, etc., sin que se lo impida su atuendo, estructura social tradicional, lengua y supersticiones.

La integración espiritual del indio a la "sociedad" se hizo con métodos similares a la económica. Las Ordenes religiosas fundadas en el Siglo XIII para difundir la fe de Cristo en Asia y África fueron encargadas también de la obra proselitista en América. Pero las únicas experiencias que pudieron adquirir en España fueron entre moros y judíos que quedaron habitando en España una vez pasada la Reconquista. Sin embargo, esos pueblos tenían desarrollados sistemas religiosos bien definidos y tan avanzados como la misma religión de Cristo y su ideología exigía para la conversión al catolicismo el empleo de métodos no aplicables a los aborígenes americanos: un abigarrado mosaico de pueblos de distinto grado de progreso material y espiritual, desde aquellos que solo breves nociones tenían sobre "el más allá", hasta los de una desarrollada y compleja cosmogonía. Ser "bárbaro" —ya lo decía Fray Bartolomé de las Casas— correspondía a la estructura social de un pueblo. Asimismo, el verdadero cristianismo, como religión espiritual avanzada, corresponde a un determinado estado del desarrollo social. Pero la labor misionera —salvo excepciones, como sucedía a veces en el caso de los jesuitas— no se preocupó de elevar las fuerzas productivas de la comunidad indígena, para que esta alcanzase un estado de progreso en que las máximas de la moral cristiana —que al fin y al cabo son la moral como tal— fueren natural consecuencia de una evolución, contentándose con la imposición coactiva de estos preceptos. Ya que la condición general del indio quedaba la misma, este solo pudo asimilar los elementos formales y externos del catolicismo, sin penetrar en sus valores intrínsecos.

De ahí que el resultado no haya podido, ser halagüeño. Después de 450 años de labor evangelizadora el indio en el mejor de los casos, es un ente híbrido, inseguro, acomplejado, en el cual las enseñanzas de la religión católica mal digeridas se entremezclan, a veces de manera poco afortunada, con sus ancestrales creencias, costumbres y supersticiones. Pues las comunidades indígenas, salvo rarísimas excepciones, como por ejemplo los Guambíanos de Silvia, viven en un estado primitivo, despreciados por la "sociedad", con anticuados medios de producción y expendio y aferrados a sus "curacas", "shamanes", "mamos" o "hechiceros", remanentes de aquellos valores espirituales que tenían en sus religiones de origen, cuyo contenido moral y filosófico es a veces extraordinario.
El problema Indígena está adquiriendo actualidad en Colombia, en la medida que se está despertando la conciencia social en el sentido de que el indio, pese a su lengua, atuendo y costumbres, es un colombiano con los mismos derechos que los demás ciudadanos; que la sangre indígena corre por las venas de muchos colombianos; y que desde el punto de vista político el indio no constituye un elementa humano valiosísimo para hacer presente la soberanía nacional en territorios marginales, donde no ha penetrado todavía y tardará mucho en penetrar el colono blanco. Los acontecimientos mundiales de los últimos tiempos han revaluado al hombre que durante centurias hemos estigmatizado despectivamente como

"primitivo", "bárbaro" o "salvaje". Impresionados observamos cómo pueblos considerados, inferiores hasta hace poco, los cuales durante muchos siglos han vivido bajo la férula de sus "civilizadores" y en muchos tratados pseudo-científicos: antropológicos, etnográficos e históricos se nos han presentado como bárbaros, semi-humanos, con ritos exóticos y salvajes, y sus "civilizadores" se han considerado nada menos que benefactores, puesto que les aportaban la verdadera civilización, demostraron en pocos años, cuando lograron desembarazarse de sus "civilizadores", sus grandes capacidades de organización política, social y cultural, pese a bailar sus danzas rituales y a hablar un idioma "bárbaro". Su influencia cada vez mayor en el concierto de las naciones, demuestra que una cultura aunque fuera la nuestra, no puede ni tiene derecho a imponerse por medios coactivos, pues otras culturas también contienen valores insospechados. De ahí que al conservar en Colombia a pueblos como los Cunas, Goajiros, Motílones, Aruacos y otras tribus marginales, quienes lograron preservar en gran parte su intagridad y contenido espiritual a pesar de la secular presión a que fueron sometidos por las autoridades civiles y eclesiásticas, deben ser mirados con respeto y aprovechados para integrarlos en la cultura nacional.
JUAN FRÍEDE
Bogotá, febrero de 1964.
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